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A lo largo de los siglos la astrología ha sido sometida a un proceso de degradación progresiva a medida que se ha ido difundiendo fuera de los ámbitos especializados. Este proceso ha tenido como consecuencia que se la vea como una pseudociencia fundamentada en la superstición, y sin ninguna base racional, como un mero arte adivinatorio utilizado por el vulgo para saber el futuro que le espera, y así poder regocijarse de lo bueno y tratar de evitar lo malo que esté escrito en su destino. Esta penosa vulgarización de la astrología no obedece a su naturaleza original, sino más bien a la combinación de la mentalidad científica moderna y la frivolidad con la que ha sido tratada por la cultura popular, a través de la lectura de los tránsitos planetarios que definen los horóscopos del día. Horóscopo significa observación de la hora, y se refiere al hecho de observar las posiciones planetarias en el cielo en un momento determinado, de manera que toda observación astronómica del cielo implica la «horoscopia». En cambio, actualmente el concepto de un horóscopo se asocia a una mentalidad prelógica con una visión mágica del mundo, propia de personas incultas, de tendencias alternativas y precario desarrollo cognitivo. En consecuencia, la mentalidad científica de la sociedad moderna, ha generado una imagen de la astrología como un arte adivinatorio sin ningún fundamento sólido, que no sirve más que para satisfacer la curiosidad supersticiosa de la gente sin formación académica. Pero el hecho es que defender este concepto de la astrología, derivado de la combinación de su vulgarización popular y los prejuicios creados por la mentalidad lógica del colectivo científico, supone una declaración de total ignorancia acerca de su origen y su naturaleza. Esto se debe a la incapacitacion en la que se encuentra el hombre actual, en su estado habitual de conciencia psicológica, para extraer el significado profundo de las cosas. El hombre psotmoderno se encuentra alienado por una mentalidad técnica, inconsciente, que le impide ver más allá de sus propios intereses materialistas de enriquecimiento y poder personal.

Una de las grandes objeciones que la mentalidad científica moderna le hace a la astrología, es que no se ajusta a una concepción lógica del universo sino que se ajusta a una visión mágicosupersticiosa del mundo. Aunque se podría aceptar que, hasta cierto punto, cuerpos celestes como la luna pudiesen ejercer cierta influencia sobre los hombres de una forma colectiva, al igual que influyen sobre las mareas o los ciclos de reproducción de las especies, resulta incomprensible cómo estos astros pueden llegar a influenciar de forma tan precisa la conformación psicológica y hasta el destino de las personas. Esta objeción se debe al particular concepto científico de causalidad, y la disociación que se ha hecho del mismo del principio de correspondencia, en el que se fundamenta la astrología. La racionalidad que fundamenta la astrología no es de carácter lógico, sino de carácter analógico, de manera que la cadena de causalidades que unen sujetos, planetas, sectores zodiacales y constelaciones, obedece a una dinámica sincrónica y no diacrónica. El sistema astrológico se fundamenta en puras leyes astronómicas de correspondencia del sistema solar con la galaxia, lo que sucede es que el ámbito de realidad de estas leyes rebasa los límites del paradigma científico establecido por la física mecánica clásica. Sin embargo, la física cuántica está llegando a conclusiones que verifican indirectamente el principio de correspondencia cósmica en el que reposa la astrología, que se refiere al hecho de que todas las cosas y criaturas del universo forman un todo unificado, y que cada criatura o sistema viviente del cosmos es un holograma que contiene en sí mismo la estructura de la totalidad. La precisión que la astrología alcanza en cada ser humano, se fundamenta en la oculta correspondencia que éste tiene con la estructura del planeta Tierra, del sistema solar y, por extensión, con la estructura de todo el universo. El hecho de ignorar esta correspondencia entre el hombre y el cosmos no refleja su inexistencia sino, más bien, que este orden de realidad se halla fuera del ámbito de experiencia de la mentalidad científica moderna, ya que depende de una capacidad de razonamiento analógico que se halla absolutamente aturdida en el hombre contemporáneo por su falta de conciencia.

Decir que el razonamiento analógico es irracional, mágico y supersticioso, es un grave error que se da en el hombre de mentalidad científica, mentalidad unilateralizada exclusivamente en el el razonamiento lógico. El funcionamiento superior de la razón humana supone una integración de los hemisferios cerebrales en sus funciones tanto lógica como analógica, se podría decir día-lógica y ana-lógica, y este es precisamente el estado del que carece la conciencia psicológica del hombre actual, una conciencia que es en realidad inconsciencia. Esta es la razón por la que en la antigüedad, los astrólogos eran al mismo tiempo astrónomos, y ambas ciencias no podían separarse, ya que no son más que las dos interpretaciones complementarias de una misma realidad, la ineludible relación existente entre el todo, el cosmos y el hombre. Resulta ridículo, y hasta ingenuo, que la comunidad científica disocie la astrología de la astronomía, alegando que el estudio astronómico se fundamenta en la observación, mientras que la astrología no. Los principios astrológicos son tan contrastables en la experiencia concreta como los astronómicos, igualmente observables y experimentables, otra cosa es que no interese al sistema materialista establecido ahondar en estas profundidades, ya que los mismos cimientos de la civilización tecnocrática se verían comprometidos. Seguir sosteniendo la hipótesis darwinista manejada por la ciencia actual, no compromete la comodidad en la que el hombre moderno se haya asentado, en la completa ignorancia de sí mismo, planteamiento que le exime de tener que cuestionarse a sí mismo y mirar hacia dentro. Al desacreditar la astrología, implícitamente se desacredita el origen hermético de toda la filosofía antigua y, por extensión, toda la psicología profunda contemporánea que ha derivado de esta. En consecuencia, la negación de la astrología significa negar la necesidad que la vida le impone al hombre de conocerse a sí mismo.

Quizá la principal crítica realizada a la astrología, es que las constelaciones zodiacales son simples agrupaciones convencionales de estrellas que no tienen entidad natural. Se objeta que éstas no son más que creaciones mitológicas desarrolladas por los griegos para dar explicación,  de una forma ingenua y precientifica, a los fenómenos naturales. Se ignora que las doce constelaciones zodiacales ya tenían entidad propia en el antiguo Egipto, como atestigua toda la filosofía hermética encriptada en lenguaje jeroglífico en los Téxtos de las pirámides. Estos textos sagrados, contienen una filosofía mística en estrecha relación con la geometría cósmica estelar, ya que el cosmos es el que intermedia entre el hombre y la totalidad. El antiguo calendario de culto egipcio se definió en función de parámetros astrológicos, ya que se regía por ciclos de treinta días y el orto heliaco de la estrella Sirio, conocimiento astrológico egipcio se puede comprobar en el zodíaco de Dendera, un bajorrelieve esculpido en el pórtico de una cámara dedicada al dios Osiris en el templo de Hator de Dendera. Este zodíaco representa un planisferio de estrellas en el que se muestran las constelaciones del hemisferio norte, rodeadas por el círculo de los doce sectores tropicales de la eclíptica zodiacal, dividido en treinta y seis decanatos de diez días cada uno a partir de los cero grados del sector de Aries en el equinoccio de primavera. Esto significa que la entidad constelacional de los grupos de estrellas zodiacales, como grupos de estrellas de primera magnitud, no es un convencionalismo mitológico, sino que se refiere a los sectores tropicales de la eclíptica zodiacal, definidos por los parámetros orbitales del sol, la luna y la Tierra, por lo que su fundamento es de carácter natural, ya que obedece a la correspondencia entre la geometría de nuestro sistema solar y la geometría de nuestra galaxia.

Para comprender esto hay que atender a la siguiente crítica, aparentemente demoledora, que se le hace a la a astrología, el hecho de que la precesión de los equinoccios altera el punto inicial de la eclíptica en los cero grados de la constelación de Aries. Los críticos, aseguran que este hecho invalida todo cálculo astral fundamentado en este punto, ya que la supuesta alineación de los planetas con las constelaciones se ve alterada. La precesión de los equinoccios se debe al movimiento de rotación sobre sí mismo del eje de la Tierra a modo de peonza inestable, y determina lo que Platón denominó el gran año o el año perfecto, conocido también como año platónico, año equinoccial o año zodiacal. Las eras zodiacales resultan de este fenómeno astronómico de la orbitación terrestre, porque el movimiento de precesión del eje terrestre hace rotar la alineación entre el punto del equinoccio primaveral de la eclíptica terrestre, y el cinturón de constelaciones de la ecliptica celeste. Esto significa que, por ejemplo, un nacimiento en el mes de enero, no suponga la alineación real de la Tierra y el sol con la constelación de Capricornio. Lo que ignoran los críticos que siguen este argumento es que la astrología no calcula la alineación de planetas con constelaciones, sino la posición de los planetas respecto a los doce sectores tropicales de la eclíptica zodiacal terrestre, sin que importe la constelación que se halle transitando por ese sector en ese momento dado, en función del momento angular en el que se encuentre la precesión del eje terrestre en el transcurso del año equinoccial.

Hay que observar el hecho de que existen dos cinturones zodiacales, uno es el tropical, en la ecliptica microceleste en torno al planeta Tierra, y otro es el astronómico, en la ecliptica macroceleste entorno al sol, que contiene propiamente a las constelaciones zodiacales. La rueda zodiacal de la ecliptica terrestre, que se divide en los doce sectores tropicales de la eclíptica terrestre, es un sistema matemático fijo que se calcula a partir de la bóveda celeste en base a los parámetros orbitales combinados de la Tierra, el sol y la luna. Esta se establece por la correspondencia entre el microcosmos que constituye el sistema solar, y el macrocosmos que constituye el sistema galáctico. Esta correspondencia se establece por la mediación de leyes fisicomatematicas de movimiento angular, ya que deriva de la combinación de los movimientos del sol, la luna y la Tierra que generan las cuatro estaciones y los doce meses del año. El zodiaco sideral, utilizado en occidente hasta Ptolomeo, se refiere a las fuerzas cósmicas del destino y su influjo sobre eventos geológicos y colectivos. Este zodiaco varia por la rotación del cielo de las estrellas fijas respecto a la Tierra, y no tiene en cuenta la precesión de los equinoccios del planeta, con lo cual cada año solar hace falta reajustarlo. Por esta razón, Ptolomeo difundió una forma de calculo del zodiaco, el zodiaco tropical, en base a la correspondencia del sistema solar con el sistema galáctico, que depende del movimiento relativo del sol y la Tierra, tomando el punto de los cero grados de Aries como el punto vernal del equinoccio de primavera, punto en el que se cruza la eclíptica con el ecuador terrestre. Hay que considerar que el periodo de traslación de la luna alrededor de la Tierra es de treinta días de media, divididos en cuatro periodos de alrededor de siete días, y que el periodo de traslación de la Tierra alrededor del sol es de doce revoluciones lunares en torno a la Tierra, es decir, doce meses que conforman un año lunar. La rueda de la eclíptica zodiacal entorno al planeta se establece a partir del punto inicial que marca el equinoccio de primavera, de manera que la supuesta alineación de los planetas con las constelaciones es más bien la presencia de los planetas en cada uno de los doce sectores tropicales de la eclíptica zodiacal, que guardan una correspondencia geométrica, en este caso indirecta, con la posición del cinturón macrocósmico de constelaciones zodiacales, aunque este haya rotado por el efecto de la precesión. Hace dos mil años, en el momento del nacimiento de Jesucristo, ambas eclipticas estaban sincronizadas, de manera que coincidían los cero grados de Aries de ambas en el equinoccio primaveral. Pero debido a que el desajuste por la precesión se da en retrogradación, durante esta era el punto equinoccial se desplazó por la constelación de Piscis, y en este momento está entrando en la de Acuario. La conclusión que se saca, de este trasfondo matemático de la astrología, es que el ser humano se halla inserto en una compleja estructura geométrica cosmológica que lo condiciona de una forma más lógica de lo que se podría suponer.

Una objeción frecuente es que los planetas del sistema solar se encuentran demasiado lejos del planeta Tierra como para influenciarlo. No se tiene en cuenta que el sistema solar es precisamente eso, un sistema, y que como tal, todos sus elementos están unificados, sincronizados y en una relación de absoluta interdependencia mutua al margen del lugar que ocupen en este. Una analogía muy clara, para comprender la lógica sincrónica y sistémica a la que obedece la correspondencia astrológica, es la del átomo. El átomo de una sustancia determinada es esa sustancia, y no otra, debido a que posee un número concreto de electrones con su correspondiente carga magnética, orbitando en torno al núcleo. Si uno de estos electrones recibe una fuerza que lo saca de su órbita el sistema átomico se ve alterado y, en consecuencia, la sustancia cambia cualitativamente en su naturaleza. Es decir, que cada simple electrón que se halla situado en los orbitales más alejados del núcleo, que se halla a diez mil veces el radio del núcleo de distancia y puede tener la milmilésima parte de masa en comparación con éste, es clave para que todo el sistema se constituya, y se comporte, como esa sustancia en particular. Ahora bien, los «electrónidas» que habitan en uno de los electrones cercanos al núcleo, dudan de que los electrones de los orbitales más alejados tengan algún tipo de influencia sobre ellos, ya que se encuentran demasiado lejos, a unas diez mil veces la distancia a la que se encuentran ellos del núcleo, y a tal distancia es imposible que aquellos electrones tengan nada que ver con su condición y funcionamiento, así como con los acontecimientos que suceden en su electrón. Entonces, si son electrones de un átomo de hidrógeno, que a su vez forma parte de una molécula de agua, y en un momento dado el átomo de oxígeno pierde uno de sus ocho electrones, estos electrónidas, con cuerpo de agua, alma de agua, densidad vibratoria acuosa y comportamiento de electrónidas acuáticos, subitamente se verían volatilizados sin saber por qué, y se creerían muertos al comprobar que ahora tienen un cuerpo sutil de hidrógeno, alma de hidrógeno, densidad vibratoria hidrogénica y comportamiento de electrónidas hidrogenados. En conclusión, el argumento de la distancia deriva de la racionalidad fragmentaria científica, la que, al carecer de comprensión significativa de las cosas es incapaz de apercibirse de la unidad inherente existente entre los elementos que estudia.

Todos los elementos constituyentes del sistema solar se influencian mutuamente a través de sus campos magnéticos, tanto los planetas entre ellos, como los planetas al sol o el sol a los planetas. El sistema solar es un campo esferoide en el que giran diversos cuerpos celestes con sus respectivos centros de masa magnética, y según sea la posición que ocupan en sus respectivas órbitas, y como coincidan sus centros de masa, la vibración armónica resultante de sus revoluciones va a provocar una serie de efectos particulares. Además, los parámetros orbitales de la Tierra, en combinación con los de la luna y el sol, además de otros factores del sistema solar, determinan los ciclos de calentamiento y glaciación del planeta y, por extensión, todos los fenómenos atmosféricos del planeta que condicionan tanto el comportamiento metereológico como el de todas las criaturas que lo habitan. Esto se comprueba fácilmente en la primavera y el verano, en el que el viento solar y él efecto conjunto del sol, la luna y la Tierra provocan alteraciones características en el ánimo de la gente. El viento solar altera la campo magnético del planeta, el campo geomagnético, y esta alteración tiene efecto no sólo en el clima de los continentes sino también en el campo de energía psicofísica de las personas que los habitan. De la misma forma, otro tipo de rayos cósmicos provinientes de estrellas más lejanas, que forman parte de sistemas cósmicos de mayor escala, macrosistemas como el cinturón de constelaciones zodiacales, ejercen influencias sutiles más refinadas sobre la conformación psíquica de las personas o los acontecimientos colectivos.

Los parámetros orbitales del ternario sol, luna, Tierra, definen los puntos solsticiales y equinocciales de la eclíptica terrestre, y estos determinan los ciclos estacionales y los consecuentes fenómenos atmosféricos de carácter meteorológico. Los fenómenos meteorológicos condicionan el comportamiento de los colectivos humanos tanto en relación a sus horarios, vestimenta, alimentación y tipo de actividades, como en relación a su estado psicofísico y su salud general. Negar este hecho de simpatía cósmica resulta igual que si dos pulgas del Sáhara no quisieran creer que el calor ardiente al que se ven sometidas depende directamente del hecho de que en los polos del planeta, región del sistema terrestre que ni siquiera pueden imaginar que existe, se encuentra una masa colosal de hielo que mantiene dicha región a temperaturas que tocan el extremo opuesto a las del desierto en el que ellas se encuentran, y que estas masas de hielo dependen de la inclinación del eje terrestre y la orientación que éste toma en su período de traslación alrededor del sol. Aún sabiendo de la existencia de los polos, las pulgas del desierto, desde su escepticismo, derivado directamente de su estado de inconsciencia, afirmarían que estos están demasiado lejos y que, además, no tiene sentido que influyan en el calor del Sahara ya que allí la temperatura es fría y no caliente. Esto se debe a que ignoran precisamente lo que es la causalidad por correspondencia invertida, una forma de causalidad simpática por analogía invertida que obedece a la combinación de las leyes universales de causalidad, correspondencia y polaridad. Por lo tanto, las dudas y la desacreditación de la metereología geológica en la que incurren las pulgas, se debe, más que nada, a su inconsciencia y su incapacidad de comprender ciertos aspectos del sistema total en el que viven.

La realidad es que la astrología es una una disciplina filosófica con un sólido carácter científico de orden matemático que sigue una lógica de tipo geométrico. Se fundamenta en una disciplina matemática denominada trigonometría esférica, desarrollada en la antigua Grecia por Hiparco de Nicea, en el siglo II a.C., y en la era cristiana por Claudio Ptolomeo en el siglo II d.C. aunque ya era conocida por los egipcios con milenios de anterioridad. La trigonometría esférica pertenece a la rama de la geometría esférica, y es una disciplina que permite la localización de un sujeto u objeto en un sistema de referencia esférico, como pueden ser el globo terrestre o la esfera celeste. Esta estudia los polígonos que se forman en la superficie o el cuerpo de una esfera, en el caso de la astrología, en la superficie de la esfera celeste definida por la eclíptica zodiacal, tomando al planeta Tierra como centro de dicha esfera celeste. En esta esfera celeste definida por la eclíptica zodiacal se puede estudiar la posición relativa de un sujeto situado en el planeta Tierra respecto a otros planetas del sistema solar, así como la posición relativa de los planetas entre ellos, o la posición de estos respecto a los doce sectores zodiacales en que se divide la eclíptica. Así se determinan los aspectos planetarios, que son las relaciones angulares de los planetas entre si y respecto al sujeto terrestre. De la misma forma que en la esfera terrestre se puede localizar a un sujeto respecto a la linea del ecuador y el sistema de meridianos y paralelos, definiendo la latitud y la longitud de su posición, tomando como referencia el meridiano cero de Greenwich, en la esfera celeste zodiacal, se puede localizar la posición relativa de un sujeto respecto de los planetas del sistema solar y los sectores zodiacales, tomando el meridiano de referencia respecto de las coordenadas ecuatoriales o espaciales de latitud y longitud, que es el que pasa por el primer punto, o el grado cero, del sector de Aries. La hora exacta del nacimiento es tan importante porque esta localización depende también del meridiano de referencia para las coordenadas horarias o temporales, que es el que pasa por el cenit y el nadir del lugar de nacimiento del sujeto. En sus fundamentos, este es el mismo sistema utilizado en la astronomía náutica para determinar la posición de un barco en alta mar por el cálculo de la posición relativa de este respecto a los astros, función que cumplieron instrumentos como el astrolabio, creado por Ptolomeo, el sextante más adelante y actualmente la geolocalización vía satélite. En consecuencia, la astrología puede ser considerada como un sistema de cosmolocalización que ubica la posición del ser humano respecto de la totalidad del universo, y en especial respecto a las fuerzas de la necesidad y el destino que lo rigen.

Las tablas de efemérides y los almanaques en los que se basa el cálculo astrológico, son complicados cómputos matemáticos de carácter astronómico que permiten conocer la posición de los planetas del sistema solar en cada instante de su existencia. El gran problema acerca del carácter científico de la astrología es en base a qué sistema racional se puede realizar el salto del puro horóscopo astronómico a la interpretación cualitativa del mismo, es decir, al horóscopo astrológico. No hay que olvidar que el término horóscopo significa observación de la hora, y se refiere al registro de las posiciones planetarias en un momento determinado, por lo que la astronomía y la astrología son las dos vertientes interpretativas de los mismos hechos, respectivamente una cuantitativa y la otra cualitativa, una fragmentaria y la otra totalitaria, una analítica y la otra sintética. La cuestión es cuál es la razón que justifica asignar a cada constelación, y cada uno de los planetas regentes de las mismas, un tipo de energía y una serie de cualidades que se traducen en rasgos psíquicos, y aún más, cuya correspondencia se extiende a partes del cuerpo e incluso ámbitos de vida, vegetales, colores, minerales y zonas geográficas del planeta. Esto se debe a la correspondencia analógica existente entre el microcosmos y el macrocosmos, en este caso, entre el cuerpo humano, el alma humana, el planeta Tierra, el sistema solar, la galaxia y todo el universo.

El universo es una esfera de doce dimensiones que forman doce sectores que se corresponden con doce vibraciones energéticas, doce frecuencias vibratorias que se manifiestan en todas sus dimensiones y en todas sus criaturas. Estas doce frecuencias vibratorias se dividen en seis dimensiones bipolares, y cada una de estas tiene su correspondiente manifestación cualitativa. La razón por la que un determinado rasgo se asocia a un planeta y constelación en particular obedece a una filosofía matemática de orden cualitativo, que Pitágoras denominó la armonía de las esferas, y se encuentra fuera del orden de experiencia y comprensión de la mentalidad científica actual, por mucha sofisticación que esta alcance. El sistema solar es como un instrumento musical de cuerda, en el que cada planeta sigue una órbita y esta órbita posee unas proporciones numérico-matemáticas, que a su vez se asocian a una serie de tonos musicales, ya que el movimiento es sonido por corresponderse con funciones acústico-temporales. Por la correspondencia de la estructura psíquica del hombre con la estructura del sistema solar, materia omitida en este artículo, la combinación de estas tonalidades de la escala de las órbitas planetarias define el tono psíquico a través del que se expresa el carácter de cada individuo. De la misma forma que las órbitas planetarias, los sectores de las constelaciones zodiacales también poseen tonalidades, en correspondencia afín a las órbitas planetarias, que se expresan en el alma del hombre en forma de tonalidades en la modulación de su personalidad, su carácter y su temperamento. Es por eso que los aspectos planetarios en el momento del nacimiento, que suponen relaciones angulares armónicas o disarmónicas entre los planetas, y de estos respecto a los sectores zodiacales, marcan la tonalidad psíquica de las personas. En consecuencia, el tono marcado por Marte, regente de Aries, es de impulso, beligerancia y confrontación, el de Venus, regente de Libra, de afecto, cariño, y amor, y el de Saturno, regente de Capricornio, frialdad, realismo y trabajo, y así sucesivamente con el resto de planetas y constelaciones. La combinación particular de estos tonos en el momento del nacimiento, ofrece como resultado la melodía final que constituyen los rasgos en la psicología del sujeto. Por ejemplo, Mercurio en el sector de Capricornio, definirá tonos de una inteligencia fría, observadora, austera, tendiente a la profundidad y el realismo; si Mercurio formara un aspecto determinado con Marte, como una conjunción, esta inteligencia sería además crítica, confrontativa y con un marcado carácter práctico.

Comprender el carácter científico de la astrología supone comprender el simbolismo órfico manejado en la antigua Grecia, de procedencia hermética, que representa a Orfeo, modelo del ser humano, tocando una lira, un instrumento antiguo, de cuerda y con forma de ábaco, cuyo origen se atribuye a Hermes. Este simil no debe de ser tomado en un sentido meramente romántico, ya que el cuerpo humano es un instrumento que puede vibrar en diferentes tonos según la actividad del alma, ya sea a nivel intelectual, emocional o motor, y siempre parte de un estado inicial particular de afinamiento, un calibre y una disposición particular de sus cuerdas. Es precisamente esta configuración inicial la que recibe, por su correspondencia con la gran lira planetaria del sistema solar, en el momento del nacimiento. La antigua doctrina órfico-pitagórica afirmaba un arcano consistente en que el alma penetra en el cuerpo humano en el momento del nacimiento a través de la primera inspiración. En este sentido, hay que atender al hecho de que el plano astral es una dimensión etérico-aeróbica, en el sentido de que los astros son cuerpos esféricos de gas orbitando en diferentes grados de condensación, y sostenidos en el éter ígneo. La vibraciones etéricas de los planetas se transmiten por el éter del espacio exterior hasta la atmósfera terrestre, y de esta pasan al alma de la persona en la primera inspiración, como una combinación particular de tonos psíquicos, tonos que se transmiten del alma cósmica al alma humana. Cada tono se asienta en una estructura particular de soporte psíquico, en función de la correspondencia estructural entre el alma del hombre y el alma del cosmos. El hecho es que esta lira que conforma el conjunto del cuerpo y el alma, parte inicialmente de un estado mecánico, desafinado, sin armonía, tocando un adagio trágico, y es responsabilidad del hombre el afinar la lira, y tocar una dulce melodía llena de armonía y belleza. La astrología aporta un mapa psicológico que ayuda a comprender la composición básica de la personalidad que mantiene al sujeto sometido a las fuerzas del destino, de manera que pueda trascender este adagio trágico, los mecanismos, defectos y rasgos inconscientes que lo mantienen en su drama vital, que le impiden disfrutar de una vida verdadera y acceder a un estado de consciencia espiritual, la auténtica consciencia más allá de su conciencia psicológica. En este planteamiento se encuentra la desconocida frontera entre lo cuantitativo y lo cualitativo en el campo de la astrología, el lenguaje cualitativo de la naturaleza, pero la comprensión de estos hechos pertenece al orden del significado profundo de la vida y, desde luego, en el estado de conciencia psicológica en el que se encuentra el hombre actual, que es en realidad inconsciencia, este jamás podrá acceder a este ámbito de experiencia y comprensión de la vida. En conclusión, el orden científico de la astrología pertenece al ámbito de lo oculto y solamente se comprende cuando se realiza un desarrollo superior de la conciencia espiritual. Ahora bien, por debajo de esto, siempre le quedará al hombre contemporáneo, ya sea de mentalidad astronómico-científica o astrológico-filosófica, el consuelo de un sofisticado cuerpo de conocimientos que, tanto en un caso como en el otro, no dejan de estar fundamentados en el estudio memorístico no significativo, la creencia y la superstición.

 

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